Cierto día, Odenato, llamó al sastre real y le dijo:
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—Este abrigo me queda grande, ¿cuánto me cuesta arreglarlo?
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—Dos piezas de oro —contestó el sastre.
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—¡Cómo! Si tuviera tal cantidad de dinero, comería hasta engordar tanto que el abrigo me quedara bien.