
Odenato, estaba tomando el te, entre sus Nobles, rodeado de sabios y eruditos, cuando entró un monje diciendo:
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—Mi maestro me envía a propagar la palabra: la humanidad no será dichosa hasta que el hombre que no ha sido ofendido se indigne ante la ofensa del mismo modo que el hombre que sí ha sido ofendido.
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De momento todos quedaron en silencio, impresionados. Después habló Odenato:
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—Mi maestro me enseñó que no debemos indignarnos hasta saber si en verdad se trata de una ofensa y no es una bendición disfrazada.