Un pobre hambriento caminaba por la calle con un pan en la mano. Cuando pasó por un comedor vio unas deliciosas albóndigas friéndose en un sartén. Quiso probar algo del exquisito olor, puso su pan junto al sartén por unos segundos y entonces lo comió. Parecía saber mejor. El dueño del lugar vio lo que hizo, lo prendió del cuello y lo arrastró ante Odenato El dueño demandaba que el pobre hombre pagara las albóndigas. Odenato escuchó con atención y entonces tomó dos monedas de su bolsa y le dijo:
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—Ven, párate a mi lado un momento.
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El dueño obedeció a Odenato, quien sacudió su puño haciendo que las monedas tintinearan en el oído del hombre.
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—¿Majestad, para qué hace eso? —preguntó.
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Odenato contestó:
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—Acabo de pagar por tus albóndigas. Seguramente el sonido del dinero es el pago adecuado por el olor de la comida.
